Sobrevivimos, cada día, a un argumento de terror que daña a los humanos en general y a quienes no responden al ejemplar hegemónico y androcéntrico en particular. Cuyo monstruo responsable cambia de máscara mientras se alimenta y se rearma de estrategias de opresión.
No es nuevo, nos persigue por nuestro color de piel, nos hostiga por no cumplir con la heteronorma, nos asedia por no encajar en sus patrones de género, nos lastima por vestirnos como queremos, nos mata porque cree que le pertenecemos.
Nos toca y nos desecha. Nos desecha sin tocarnos, cuando somos diferentes a lo que se nos norma, cuando no nos comprende. Nos descarta, cuando le damos vergüenza, cuando le damos asco. Goza, hasta los límites de su poder. Lo hace en la calle, en nuestros lugares de trabajo y hasta en nuestras propias casas. Da igual si es de día o de noche, lo hará por detrás, por el costado, por encima de la Ley o con ésta en la mano, y con el apoyo imprescindible de la cultura.
Nosotrxs, que no elegimos aprobar al enemigo, tampoco elegimos sostenerlo ni llevarlo adentro hasta nuestros lugares más inmediatos (nuestros vínculos). No elegimos ni aceptamos reproducirlo.
El monstruo, que por años habitó cuerpos para lastimar a otros cuerpos, también nos quiso callar, porque la voz nos quedaba mal, el enojo nos desalineaba, nos corría de los márgenes opresivos.
Durante mucho tiempo, tuvimos prohibido expresar las injusticias, gritar las heridas, reconocernos, vivirnos, desearnos, acompañarnos. El otrx y el mundo nos quedaban lejos. Si no nacíamos blancxs, si no nos rotulaban como varones, si no nos proclamábamos heterosexuales, las categorías del conocimiento no nos pertenecían en absoluto. Así, la Política, la Economía, la Ciencia, la Literatura y un sinfín de categorías más permanecían escondidas para nuestros ojos (pero jamás para nuestros deseos). A tono con esto, disfrazado de destino natural y biológico, nos llegaba todo aquello que sí era “para nosotrxs” y que causalmente coincidía con reducirnos a marionetas de Cosmopolitan que bailaban en un espiral del horror, en el que si debíamos pensar en algo era sólo en consentir la opresión.
Por todo eso, Rabia Revista.
Porque elegimos apropiarnos de la furia que tanto tiempo ostentaron gustosos como característica exclusivamente suya, mientras éramos nosotrxs quienes poníamos los muertxs. Y elegimos hacerlo con la herramienta que mejor conocemos: la colectiva.
Para batallar nuestras guerras nutridxs de conocimiento. Para que nuestras tareas dejen de estar relegadas a ser un servicio gratuito para un tercero y seamos parte activa de los escenarios de acción. Para adueñarnos de todos los espacios que nos escondieron. Para esparcir la información hasta que llegue al último metro de tierra. Para despertar a quienes aún duermen un inducido sueño.
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Estamos enojadxs y animadxs a enfrentar al monstruo. Queremos recobrar todo derecho a ser quienes queremos, un anhelo de lo que nos pertenece tanto como nuestra propia vida.
Si el hambre gana territorios, la rabia los rompe y los rearma.
Ahora podrán cuestionar nuestro accionar, repudiar nuestra revolución, pero esta rabia es suficiente para actuar sin achicarnos. Somos una ola de fricción, cuanto más busquen tirarla hacia atrás, con más fuerza irrumpirá sus costas. Porque la energía no muere, se transforma… y esta rabia-combustible planea prender el mundo para salvarnos.
Por Mara Guolo y Macarena Peric
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