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Foto del escritorRabia Revista

APRENDÍ A TRAGAR SALIVA Y HACER POLÍTICA.

Actualizado: 28 jun 2020

Fue un 13 de junio mucho más frío que el de hoy, hace apenas dos años. Un día más de lucha para algunxs, una ocasión infinitamente memorable para muchxs y una alarma convocante para aquellxs que permanecían ajenxs. En todo caso, un factor común: a nadie nos pasó desapercibida aquella vigilia en la Plaza del Congreso.


Esa mañana, después de 24 horas de aguante bajo sol, luna y mucho frío, no sólo se aprobaba en Diputados la media sanción por el Proyecto de Legalización de la Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE) sino que se asentaba un precedente positivo para nuestra militancia personal y colectiva: confirmamos, cada unx, que somos muchxs y estamos juntxs, que luchamos en las redes, en los barrios, en nuestras casas, entre amigues y que, cuando nos organizamos, las calles nos quedan chicas y el mundo se detiene a mirarnos.


Pero así como somos este colectivo, esta marea irrefrenable de personas y, consecuentemente, de relatos de fuerza y convicción, somos también miedos y angustias. Somos los triunfos y las caídas, somos lxs de las carpas y lxs que no pudimos ir. Somos la euforia del 13 de junio y la bronca y dolor del 8 de agosto. Somos, dentro de esta marea, olas con voces propias, que debajo del grito colectivo, también contamos nuestras propias historias.


Por eso hoy, en esta fecha que nos recuerda lo que significa poner el cuerpo al intemperie por una convicción y abrigar a quien tenemos al lado por lo mismo, elegimos abrir las páginas de este diario lleno de historias y fotografías de militancia.


En esta oportunidad, Victoria Basso nos comparte su historia y una parte de su corazón:


“No tengo un recuerdo claro de cuándo me empecé a autopercibir como feminista. Sí puedo decir que hoy es una palabra con la que me identifico y me presento en cada lugar al que voy. Sin vergüenza, sin titubeos, sin medir las consecuencias, sin importarme la cara que ponga nadie porque, ya saben, lo que no se nombra no existe.


Y acá estoy. Y hablo y nomino mi identidad cómo aprendí a nominar también las violencias.


Soy Vicky, soy hincha de Belgrano, la Universidad pública y gratuita me hizo abogada y soy feminista. El orden de los factores no altera el producto.”





“Creo que hay algo que siempre me caracterizó de chica y es la incomodidad. Siempre me sentí incómoda. Siempre. Jamás sentí que encajaba del todo en ningún lugar. No me voy a hacer la canchera, nunca fui de esas ‘chicas rebeldes’ de telenovela. Siempre fui la que pasaba desapercibida; la amiga de lxs desterradxs, de lxs que sufrían bullying, de lxs gordxs, de los ‘afeminados’, de las que ‘parecían lesbianas’, de las chicas a las que llamaban putas y les tocaban el culo, de esas a las que sus mamás les dejaban teñirse el pelo y pintarse las uñas de negro.


Fui, soy y seré amiga de todas esas personas.


Me incomodaba lo que generaban esas presencias en lxs demás. Creo que sentía que construir un lugar seguro para todxs ellxs nos hacía un poco más fácil soportar la hostilidad.


Soy un poco todos esos pedacitos.


Tuve una crianza con tanta libertad que eso me llevó muchas veces a tomar decisiones de mierda. Tengo la suerte de estar viva y ser capaz de sentir alegría, rabia y tristeza con una intensidad que alguna vez alguien creyó patológica.


Mi familia siempre me empujó a ser y a amarme. Menudo privilegio en un mundo donde nos quieren disciplinar el corazón.


Me invitan a escribir sobre el episodio de militancia que transformó mi vida y, si bien creo que estamos en constante mutación y que ir a escuchar un par de nietas leer poesía puede cambiar mi perspectiva para siempre, hay un nombre que no se me va a borrar jamás.


Lo tengo impreso en el cuerpo, en el alma y en las entrañas:


Micaela García.”





“Militaba yo, en ese entonces, en el Movimiento Evita y las circunstancias de la organización habían hecho que quedara como responsable del Frente de Mujeres.


No fue hace tanto (esto me hace pensar cuánto hemos crecido en poco tiempo) pero, entonces, no se discutía sobre feminismo al nivel que se discute hoy entre mujeres y disidencias, cualitativamente hablando. Por eso, yo no sabía mucho qué hacer en ese lugar.


Hacía lo que podía, una política del abrazo y los mimos. Como si eso fuera capaz de protegernos de todos los males. Qué ilusa. Qué inocente. Igual a cuando era chica. El espacio seguro. La escucha atenta. La risa sobre montañas de mierda.


Un día nos empezaron a llegar mensajes de compañerxs pidiendo difundir una búsqueda. Micaela García, una compañera que le ponía militancia, abrazo y corazón a las injusticias, estaba desaparecida.


Voy a ir rápido: la noticia sobre su violación y asesinato llegó en cuestión de días.


Esta historia, como sabrán, ya no me pertenece. Es historia conocida. Historia repetida. Un número más en las estadísticas del horror.


Esta vez habían tocado a una de las nuestras. Organizamos un acto en Córdoba para pedir justicia. Era la primera vez que me subía a un escenario delante de un montón de gente y cuando me tocó hablar, lloré. No pude terminar lo que quería decir. En ese momento, sentí mucha vergüenza y mis amigas me abrazaron. ‘Estuviste bien’. Todas llorábamos.


Con los años aprendí a tragar saliva y hacer política de esos dolores porque, como bien dicen, son las libertades que nos faltan pidiendo a gritos salir y, a los codazos y como salga, hacerse un lugar. Nuestra tristeza es política.


Esa misma noche viajamos con un par de compañeras a su velorio en Entre Ríos. Mica tuvo un entierro masivo y hermoso (si se me permite ese adjetivo en un escenario tan frívolo como es despedir a alguien para siempre). Lleno de carteles. De banderas. De rocanrol. Voy a cubrir tu lucha más que con flores todavía resuena en mi cabeza.


Creo que algo de mí se fue esa tarde. Creo que ese día fue el día que ‘me hice grande’ porque tomé conciencia de la finitud. Una finitud diezmada por la violencia machista que nos pone en peligro desde que el médico dice ‘es una nena’ y nos hacen agujeritos en las orejas para ponernos aritos. La marca inicial de que todo lo que hagamos después con nuestras vidas puede ser motivo de descarte, de burla, de acoso y de persecución, hasta terminar tiesas en una bolsa de consorcio.


Ser mujer o disidencia en este mundo es un deporte de alto riesgo. Lo sé muy bien porque, muchos años después, a mis amigas todavía no las dejan gozar con una pelota de fútbol. Es que nosotras, al parecer, nacimos para ver el mundo pasar sin molestar. Para dejar hacer. Para que la miremos desde afuera. La ñata contra el vidrio.”




“El femicidio de Micaela me llenó de rabia y al mismo tiempo me hizo fuerte. Escribo esto en primera persona y me siento ingrata con ella y su memoria porque no pudimos salvarla. Porque no pudimos construir un mundo seguro para ella. No llegamos. Se nos escapó. Porque nos siguen asesinando y se nos vuelan las chapas y el techo. Me quedan cortas las palabras y me queda corta la sábana porque yo puedo estar escribiendo esto y ella no.


Quiero seguir viviendo para contar mi historia. Para que nadie la escriba por mí. Para que el día de mañana no haya una ley en mi nombre que todavía les tenga que enseñar que vivimos en peligro.


Hoy me encuentro en el espejo con esa adolescente decidida a cambiar el mundo. A veces, me gana el desaliento. Pero ahí entran ustedes y mi historia una vez más, se vuelve colectiva.


El feminismo me viene salvando la vida. Es mi refugio, donde encuentro la certeza de que no estamos solas. Que somos el dolor, la rabia y la alegría organizada. Todo al mismo tiempo. Y que llegará el día en el que el grito, tarde o temprano, será moneda corriente para que ni yo ni nadie encontremos motivos o razones para explicar qué nos hizo o por qué nos hicimos feministas.”



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